Las hormigas rojas tienen la culpa de que te haya arrancado las vías respiratorias de un bocado.
Y volvería a hacerlo sin esta mala excusa.
Las hormigas rojas son culpables, nos pisotean.
Nadie me lo quiere decir, pero yo estoy muerto. Lo siento, me siento.
Me miro al espejo y reflejo rayas de tiza en una pared donde nos dimos de cabezazos pensando como olvidarnos.
(No hay mayor excusa que esa: olvidarnos)
Las hormigas rojas son hijos de puta que intentaron olvidar escuchando rock.
Las hormigas rojas son excusas de olvido.
Las hormigas rojas son tus pezones.
Tus pezones son mi musa.
Y sigo muerto, aunque no me lo quieran decir, al menos muerto por ti, porque un día decidí ser asesinado -por mi otro tú-, en vez de verdugo.
Pálido y muerto, las hormigas rojas me han cerrado la boca para siempre.
Pero tengo ojos para gritar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario