domingo, 4 de octubre de 2015

Canción desafinada de otoño en otoño.

En la próxima estación el otoño se tira a las vías. Las vías desde entonces, tendrán ladillas: hojas caducas.

No me vuelvas
a abrir la puerta
no quiero entrar
quiero que se nos haga de noche
como si el cielo
se partiese la nariz contra el suelo
y el suelo
sonriese al ver sus costillas astilladas.

Y yo con astillas en la lengua
saboreo el dulzor
de tus cuerdas vocales
que maniatan mis aves libres
mis dedos vivos
las manecillas del reloj
lentas,
casi estáticas,
moribundas.
Quiero echar a correr: tengo las rodillas intactas y yo las quiero sangrantes.

Foto: Chema Madoz

jueves, 9 de abril de 2015

Tu boca, tu coño, mi boca y mi muerte.

Droga de diseño,
tropiezo,
boca de sal,
boca de entra y siéntate,
boca de vocal sin acento
boca de girasol durante la noche,

noche de bocas,
bocas derroche.

Bañate entre margaritas negras,
tu coño necesita mi corazón en tu boca
para sentir como voy perdiendo la vida de entre las manos.

Atraviésame,
rompe el cristal con la cabeza,
grita,
vuélate esos ojos color pájaro muerto.

Arráncame de cuajo,
demuestráme planta.

Déjame en ramas muertas.
No vivas de mi sombra.

Riégame y reza por ti,
cree en nosotros sin estar juntos.

Hemos comprobado que el cielo es cualquier cosa que soporte ser besada con labios  violados por fuego.

Has aprendido a verme azul sabiendo que soy gris casi violeta transparente.

Hemos vuelto a ese lugar donde crecimos.

Hoy he vuelto a nacer.
y ya estoy muriendo.

domingo, 29 de marzo de 2015

Muerto.

Las hormigas rojas tienen la culpa de que te haya arrancado las vías respiratorias de un bocado.

Y volvería a hacerlo sin esta mala excusa.

Las hormigas rojas son culpables, nos pisotean.

Nadie me lo quiere decir, pero yo estoy muerto. Lo siento, me siento.

Me miro al espejo y reflejo rayas de tiza en una pared donde nos dimos de cabezazos pensando como olvidarnos.

(No hay mayor excusa que esa: olvidarnos)

Las hormigas rojas son hijos de puta que intentaron olvidar escuchando rock.

Las hormigas rojas son excusas de olvido.

Las hormigas rojas son tus pezones.
Tus pezones son mi musa.

Y sigo muerto, aunque no me lo quieran decir, al menos muerto por ti, porque un día decidí ser asesinado -por mi otro tú-, en vez de verdugo.

Pálido y muerto, las hormigas rojas me han cerrado la boca para siempre.

Pero tengo ojos para gritar.

martes, 24 de marzo de 2015

Humo y zoofilia.

Una tarde cualquiera, en una cafetería de la ciudad, entre copas de anís barato y puros, se encontraban dos amigos cualquiera, hablando de un tema cualquiera.

-¿Te la follaste?-Dijo Juan Ramón Jímenez.
-Me ofendes. Claro que lo hice. Envolví mis labios ásperos en su bajo vientre bosque en llamas.. ¡Qué enredos en su vello púbico!- Contestó Antonio Machado.

Se hizo el silencio.

La tarde discurrió con tranquilidad, comentaron un par de versos de Darío, carcajearon y después de unos minutos de silencio:

-Y tú qué, Juanra ¿para cuándo piensas demostrarme tu pasión, tu vigor y lujuria, tus ganas de consumar tu amor, tu ganas de cabalgar?
-Esta noche, he decidido practicar con Platero, a ver qué tal me va...-Replicó éste.
-Eso es cojonudo, compañero. Ya me contarás.-respondió cortante Antonio.

Más humo y ciertas corrientes de aliento pestilente después, Juanra, se dirigió a donde dormía el burro.

Allí estaba.

Y pensando en lo bella que era la vida, se hizo hombre.

domingo, 15 de marzo de 2015

Semen y blasfemias.

-¡Eh, tú! ¡sí, tú! ¡No vuelvas por aquí! ¡La próxima vez no pienso llamar a las autoridades sino que te meteré la biblia por el culo! ¡Hijo de puta!- Dijo el cura del monasterio mientras yo salía corriendo con la cabeza agachada y el pene medio erecto.

Desde que ese obeso mórbido, discípulo de la muerte y pregonero de las palabras de Cristo me gritó esas palabras, tardé cuatro horas en llegar a las manos de Satanás. Os cuento:

Soy un chico cualquiera, quizá un poco mal criado, con poca educación y poca personalidad. Mantengo mi niñez aunque ya debería portarme como un hombre. Llevo la cabeza rapada para no contagiarme de piojos y pulgas pero me dejo los huevos sin depilar para contrastar el frío. Me gano la vida con el trapicheo. Vivo en las afueras de la ciudad. En un barrio marginal según los periodistas que narran en las noticias los asesinatos y violaciones que suceden por aquí diariamente.
Mi padre está zumbado. Desde que le operaron de algo que no me importa tengo un padre que necesita una camisa de fuerza y paredes acolchadas. Mi madre es mi madre y no voy a caracterizarla porque ella no tiene la culpa de que yo le reventase la vulva pariendo y luego la haya arruinado la vida. Pero diré que la odio por haberme gestado sin haber pensado en abortar.
Tengo un gato, con el único que hablo sin subir el volumen. Y a veces hasta le abrazo. Nunca he abrazado a nadie y nadie ha intentado abrazarme.

A medio kilometro de mi casa, un día cualquiera, como todos los días, descubrí un monasterio mientras me alejaba de casa por una discusión que llego a las manos y a los cuchillos con el intubado, con mi padre. Le llamo así porque vive en una habitación, rodeado de cables y tubos que le mantienen vivo.

Me acerqué a aquel edificio tan grande y tan lujoso. La puerta con retoques de oro daría de comer a mi familia dos años. Pero para qué jugármela vendiendo oro robado de un Dios que pienso que puede llegar a existir y que  puede hacer caer su ira sobre mí, si ni siquiera quiero dar de comer a mi familia. Ni ni siquiera quiero a mi familia.

Me asomé a uno de los grandes ventanales y vi unas doscientas monjas agachadas rezando. Todas tendrían más de 45 años y veías o intuías debajo de esos grandes atuendos sus carnes flácidas y repulsivas. Pero de pronto me fijé en una diferente. Aunque era difícil darse cuenta, había diferencias entre las demás y ella. Existía. Estaba ahí. Había algo que hacía que no dejase de mirar.
Ella parecía la única menor de los 45 años, no tenía arrugas ni parecía sudorosa por la menopausia.
Tenía una vocación superior, rezaba con los ojos casi ensangretados llamando a su Dios.

Y a partir de ahí, empezó mi camino al infierno.

Iba todos los días a asomarme a la misma ventana, y siempre estaba ella ahí, con su atuendo más ceñido que las demás y más provocativa. O a lo mejor simplemente lo veía yo de ese modo tan asqueroso. A lo mejor eran mis ansias de hacerla impura. Mis ganas de condenarla a las llamas eternas.

Un día, mientrás estaba allí, mirando como movía los labios acompasados rezando, empecé a excitarme más de lo normal. Y la ví desnuda en mi mundo. La soñaba. Soñaba con joderle la vida.

Otro día más adelante, comprendí que nunca se fijaría en alguien como yo, y menos si se diese cuenta de que la observo a diario. Asique cuando llegué al ventanal, ésta vez empezé a mastubarme mientras ella seguía moviendo los labios. Estaba tan deprimido. Era sólo ella la que me daba un poco de ganas de vivir. Solamente me despertaba para ir todas las tardes a intentar ver su pelo o una peca en el cuello.

Al final me masturbé tres veces esa tarde.
Y sonreí cuatro.

Al día siguiente de nuevo. Y al siguiente... otra vez.

Cuando llevaba dos meses llevando a cabo, ahora, mi cometido en la vida -despertarme, ir al monasterio y eyacular- noté que el infierno empezaba a quemarme. Dios se acercaba y quería condenarme. Y digo esto porque mientras intentaba eyacular y por fin me corrí, el semen se estampó contra el cristal y solté un gemido con un toque de ''me he metido en un lío de los que no se sale''. Todas las monjas volvieron su cabeza y soltaron estruendos e improperios por la boca.
Llamarón a Satanás y a todos los ángeles.
Me guardé la polla en los pantalones.

Observé como el motivo de esa blanca corrida quedaba más muda que nunca.

Salí corriendo.

Llegué a casa, maté a mi padre desconectándole y miré por primera vez en mucho tiempo a los ojos a mi madre.

Besé al gato y me huí a dormir.

Al día siguiente volví y allí me esperaba un cura tan gordo que no podía concentrarme en otra cosa que en sus lorzas. Él dijo esas palabras que antes o hice saber y cuando terminó, me corté el cuello con la navaja que solía defenderme.

Supongo que Dios tiene semen en la barba.

sábado, 7 de marzo de 2015

Por la trenza floja.

Andas por un andén derruído mientras ríes.

Y ríes porque tienes los dientes partidos,
moratones en las rodillas,
y un expediente clínico con sobrepeso.

Yo siempre había arriesgado mi vida,
corriendo de puntillas
con un cuchillo en la mano
por la trenza floja.

Te enjabonas los ojos con after shave,
mientras kilos de miel caen sobre ti.

Pero ríes,
ríes porque naciste ciego.

(Y siempre,
pero nunca,
soy limonero.)

Quemas un hotel de cinco estrellas,
quemas las estrellas,
pero acabas ceniza.

Y de nuevo ríes,
porque sabes que nunca,
has existido.

lunes, 16 de febrero de 2015

Amanece.

Mi habitación
tararea lo que tú llorabas anoche.

Tu lápiz de ojos emborrona mi pasado
con pentagramas soleados al amanecer.
                                 desolados


Huele como hueles cuando estás conmigo.

Duele como dueles cuando hueles como cuando estás conmigo, sin estar conmigo.

Duelo
a espina de rosa muerta,
goteo de sangre,
irrealidad.



Tu camisa de cuadros arrugada como piel de gusano ha perdido los botones.
Y al haber perdido los botones,
el ombligo,
desenmascara
las últimas migas de anarquía
que guardaba entre los dedos cruzados.


Pero no me caigo de sueño
ni me ensordece el viento.

Pero sí me visten las venas rotas
y las palabras monosílabas.